“Nadie que roba queda impune” Jack. 5:3
A lo largo de la historia de los viajes humanos en la Tierra, las criaturas que han vivido aquí han cometido todo tipo de delitos, incluido el robo, la apropiación indebida de la propiedad de otras personas. De hecho, es el cumplimiento del cuarto mandamiento de la ley divina.
En Venezuela, esta acción no es descabellada, especialmente en relación con el enriquecimiento ilícito de caudales públicos. Desde la administración de una modesta tienda parroquial hasta una de las principales fuentes económicas de la nación, la mercenaria industria petrolera estatal es uno de los innumerables recursos. Les recuerdo que la falta de respeto es lo primero
Delincuencia, el propio libertador, Simón Bolívar, dictó un decreto para el castigo corporal de los funcionarios públicos que incurran en tales delitos. Sin embargo, con el paso del tiempo, una vez que la medida fue abolida, se convirtió en una práctica habitual por parte de estos distintos niveles de funcionarios deshonestos. Una especie de cultura.
Toda inmoralidad ante los ojos de la sociedad, con una red de cómplices y miedo a la condena, se ha convertido en una causa casi “normal”. Los ejemplos abundan, cuando se convierten en disturbios públicos, se toman algunas medidas y medidas, que se esconden con la aceleración que marca el tiempo.
En nuestros últimos años, las conmociones provocadas por esta naturaleza son numerosas: proyectos y planes fallidos con anticipos de obra no ejecutada, pérdida de fondos, partidas presupuestarias, ocultación de ingresos, contratos irregulares, sobreprecio, falsificación de documentos, en definitiva, lo son. ha estado a la orden del día.
Hoy estamos frente a otra gran marca, como la vimos a mediados de la década pasada, con el mismo modus operandi, precisamente en este mismo sector, sin detenciones porque los involucrados estaban en el extranjero, no se tomaron medidas para evitar continuar. La vergonzosa práctica, por lo que es claro que no es nueva en la estatal hidrocarburífera, es un fenómeno que llega a sus límites para un guión de cine. De gritos escandalosos y extraños: “Rojo, rojocito”, sin que exista un organismo de control, que mida y fiscalice la avalancha de innumerables rentas, ganadas no por esfuerzos creativos sino por el crecimiento internacional desmesurado del valor de las divisas. Barriles de deliciosos fósiles líquidos, con una desviación de ellos politizados fuera de las funciones de las empresas, dirigidos por funcionarios ignorantes (no tecnopolíticos) en uniforme o cambiante, dedicados a comprar alimentos, financiar proyectos agrícolas, planificación, subsidios, regalías, renuncias a préstamos, nosotros “Prestar a países amigos” sin garantías, no se puede auditar, un escenario perfecto para el despilfarro y la evasión de la regulación.
Hay un grupo de “señores” cuyas sucias y codiciosas manipulaciones superan cualquier crisis, la súbita prosperidad de unos pocos, las mayores víctimas de la miseria y desamparo de la gran mayoría, formada por las clases desposeídas. Detrás de sus velos se esconden las mayores desvergüenzas administrativas, especialmente las comisiones ilegales, vergonzosamente cargadas de influencias con las que se trafica sistemáticamente, ahora abiertamente empleadas para beneficio personal. ¿Cómo podemos conceptualizar esta falsa modestia? Robar no es en el sentido estricto en que se usa la palabra en el Código Orgánico Procesal Penal, sino en el sentido más amplio en que la usan las personas, y que comprende todo atentado contra la propiedad ajena. Pero hay muchas formas de robar, sin quitarte la cartera, sacar dinero de una caja fuerte o correr con ropa robada. Esta vía clásica suele ser pequeña y casi siempre al fin y al cabo, con muchos riesgos. Hay formas más modernas, normalmente mucho más grandes y casi siempre sin riesgos: robar a mano, pero con guantes técnicos de cabritilla y si quisiéramos hacer una lista de todas esas formas de robar, nos pasaríamos horas enumerándolas, porque tantas son sus métodos, y hasta hay trucos para robar.
Los que sólo llamamos “ladrones” en español lato, o “ladrones” en plural, los han acaparado en el uso actual.
Funcionarios sin escrúpulos, que han hecho del robo una profesión. Son como los héroes negativos de los seriales policiacos y las películas de detectives ¿Cuántos ladrones o ladrones no se han fusilado con el héroe? Por ejemplo, tan antiguas como las más recientes “La Casa de Papel”, “Robin Hood”, “Ali Baba y los 40 ladrones”, “Bonnie and Clay”, “The Big Coup”. Recordemos la nueva propaganda del gobierno desde arriba: “No está mal robar por necesidad”.
Pero lógicamente si son todos “ladrones” haciéndose pasar por gente “honesta”, pero y qué. Han hecho del robo o del robo una carrera, es por eso que hay infinidad de personas que se hacen pasar por “buenos ciudadanos” y convierten su oficio en el robo. Pero es que realizan sus fechorías sin dar la cara, sin correr riesgos, sin visos de robo profesional.
Así, hay gente que vive del dinero limpiamente ganado, enojada con un delincuente común que a veces roba por necesidad, pero que, a su juicio, es un sinvergüenza que trabaja con las manos sucias.
Lo que suele ocurrir en nuestro país es, con un grupo de funcionarios civiles y militares “honestos”, actuando como una banda organizada (reprimida por otras como la vieja mafia de Chicago para invadir territorios extranjeros) junto a otros que se han enriquecido ilegalmente en virtud de fuerza. Funcionarios que se han enriquecido en un período de tiempo aparentemente corto a pesar de que eran hombres de fortuna antes de ejercer sus funciones y se ha comprobado que somos dueños de sus negocios, propiedades, dinero, mansiones palaciegas, autos de lujo, yates, aviones y todo el comodidades que brinda este corrupto sistema, y el dueño propaga este abominable estilo de vida, que amenaza la vida de miles de hogares, que sufren las consecuencias de este diabólico mal. De nada sirven los mea culpa de moralistas ambiciosos o los posteriores golpes de pecho, proxenetas por la exclusión tolerante y el silencio.
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