con una espátula
Montañas de ropa usada, autos desechados y llantas de todo el mundo contaminan el vasto desierto de Atacama en el norte de Chile, un ecosistema en un frágil equilibrio que se ha convertido en el vertedero del planeta.
Entre paisajes que cautivaron por su belleza y ascetismo, aparecieron parches de estas ruinas en distintos puntos del desierto, un área de más de 100.000 kilómetros cuadrados, evidenciando el desprecio del hombre por este rincón del planeta.
“Son unos sinvergüenzas del mundo que vienen aquí a tirar su basura. Ya no somos el patio local, sino el patio del mundo, lo que es peor”, lamentó Patricio Ferreira, alcalde de Alto Hospiceo, unos 1.800 kilómetros al norte de Santiago, donde toneladas de ropa usada son arrojadas a las montañas. El área polvorienta alrededor de la comuna.
En la vecina Iquique también se acumulan miles de carros chatarra y llantas viejas de la minería u otros vehículos. Hay muchos que incluso se usan para hacer paredes de casas informales.
Las prendas y los vehículos ingresan a Chile a través de la Zona Franca de Iquique (JOFRI), uno de los centros de comercio libre de impuestos más importantes de América del Sur.
El año pasado, según el Servicio Nacional de Aduanas, ingresaron a Chile 46.287 toneladas de ropa usada, por un valor de 49,6 millones de dólares CIF (valor del producto, más transporte y seguro). Los ingresos han aumentado más del 50% desde 2018.
Por Joffrey llegan a Chile miles de autos usados, en su mayoría volante a la izquierda, que aquí se adaptan.
Gran parte de estos autos son reexportados a Perú, Bolivia y Paraguay, pero muchos permanecen en las carreteras y en la Cordillera de Atacama.
En el almacén municipal del sector Los Verdes, al norte de Iquique, fueron retirados de la vía 8.400 automóviles.
La fragilidad del desierto y de quienes viven a su alrededor llevó a la abogada Pauline Silva, de 34 años, a presentar una demanda contra el Estado chileno por daños ambientales causados por montañas de ropa y basura.
“Me parecía que había que dar con los responsables”, explicó a la AFP, de pie entre una montaña de ropa desechada en el sector La Pampa del Hospicio Alto.
Todo tipo de ropa
Se desechan camisas y blusas (algunas nuevas y con etiquetas), ropa de bebé, pantalones o zapatos. También montones de llantas, en una imagen postapocalíptica formada a partir de una serie de acaparamientos ilegales de tierras en diferentes zonas de esta comuna, que hoy es una de las más pobres de Chile.
Una cuarta parte de sus aproximadamente 160.000 habitantes no tienen agua potable.
“Hay muchos inmigrantes, mucha pobreza, mucha drogadicción y no hay nadie que pueda coordinar estas actividades de defensa”, dijo Silva sobre su cruzada ambiental.
En su caso adjuntó imágenes satelitales que muestran el crecimiento exponencial de los basureros de ropa. Durante la búsqueda, también encontró otros enormes vertederos de todo tipo de cosas, incluidos zapatos.
“Esto no es producto del Alto Hospicio ni de la gente del norte de Chile. Es una falta de conciencia mundial, una falta de responsabilidad moral y un problema de protección ambiental”, respondió el alcalde Ferreira.
Más de la mitad de la ropa usada que ingresa a Chile se desecha y termina en el desierto. Para ocultarlo, se quema y se entierra, creando un problema ambiental adicional debido a los humos tóxicos.
“Limpiamos una vez y nos están contaminando en otros sectores. El problema es cómo acabamos con la causa de este problema. ¿Qué hace el mundo con esto? ¿Qué está haciendo Chile al respecto? Una pregunta al alcalde de Hospicio Alto.
Un desierto de 8 millones de años
Durante al menos ocho millones de años, Atacama fue el desierto más seco de la Tierra, donde la lluvia era una rareza, y la región más seca recibía menos de 20 milímetros de lluvia al año.
“Es una especie de desierto donde las precipitaciones son realmente muy escasas. Hay muy pocos desiertos hiperáridos en el planeta”, explicó a la AFP Pablo Guerrero, académico de botánica de la Universidad de Concepción e investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad.
En algunas zonas cercanas a la costa, los efectos de la neblina han permitido el desarrollo de un ecosistema “muy frágil”, donde varios tipos de cactáceas ya se han extinguido como consecuencia de la contaminación, el cambio climático y los asentamientos humanos.
“Hay especies de cactus que se cree que están extintas. Lamentablemente, esto es algo que se ha visto muy ampliamente y con un deterioro sistemático en los últimos años”, agregó Guerrero.
Pero existen otras fuentes de riesgo para el desierto: la gran minería del cobre y del litio, muy intensiva en el uso de agua escasa y la emisión de residuos.
“Ven el desierto solo como una zona minera, donde se explotan los minerales y donde pueden extraer recursos o llenarse los bolsillos”, se quejó Carmen Serrano, de la organización Racis Endemicus en la ciudad de Antofagasta, considerada la capital minera del mundo. .
“Es un desierto que no es tanto un desierto que no hay conciencia”, agregó, de pie sobre una montaña de desechos en el ex vertedero La Chimba, oficialmente cerrado pero donde la basura se sigue acumulando.
AFP