Acercarse a la franquicia “The Equalizer”, con su tono tranquilo, reflexivo y algo pesimista, no es una apuesta segura. Mucho menos cuando su mayor punto fuerte no es una colección de explosiones y disparos acrobáticos, sino Robert McCall (Denzel Washington), una figura sombría capaz de matar con un movimiento de muñeca, pero que decide ayudar en esta ocasión a una ciudad entera. Y es precisamente esa rara personalidad la que más le interesa. Washington en particular logra crear un personaje que no se parece a ningún otro en el género de acción contemporáneo.
Sí, es el viejo tropo del ejército de un solo hombre. Además, el típico asesino despiadado que exhibe una habilidad casi sobrehumana para matar, mutilar, decapitar y muchas otras atrocidades sin perder la confianza. Pero ser doblemente ganador del Oscar tiene sus ventajas, por lo que el director Antoine Fuqua ha logrado algo extraordinario: McCall, que convierte a un hombre de unos ya venerables sesenta años en un brutal benefactor.
Ya estuvo en la segunda película de la historia, donde hacía favores desinteresados a sus vecinos de calle y rescataba a niñas secuestradas sin que nadie se lo pidiera. Sólo que ahora, en “The Equalizer 3” todo va más allá y permite explorar al asesino como una especie de tótem de violencia desinteresada. McCall, herido de muerte y rescatado por un samaritano italiano, finalmente se convierte en parte de una comunidad en una hermosa y peligrosa Sicilia. Lo que le lleva a abandonar un semi-retiro involuntario para convertirse en una máquina de guerra brutal pero con ciertas limitaciones morales. Un equilibrio precario que Washington logra con maestría.
Un chico malo, un asesino y una mafia.
Denzel Washington, quien ha interpretado de todo, desde el Venezuela Informa de los derechos civiles Malcolm hasta No puedes contratar a McCall para matar, dice un personaje en la primera y memorable película de 2014, pero nunca puedes decirle qué hacer.
Un punto que se explora con mayor libertad en “The Equalizer 3”, donde el personaje cruza aguas peligrosas.
Primero, está gravemente herido y tarda en recuperarse, por lo que ya no es inocente o al menos ya no cree que sea un detalle clave para entender su psicología. El guión de Richard Wenk recorre la idea práctica de un hombre capaz de todo y la transforma en algo más singular. Washington da a su personaje un aire de invulnerabilidad, pero también de amenaza latente, ya sea leyendo el periódico, tomando café en una calle italiana o matando con los labios fruncidos en señal de concentración. McCall no confía en su fuerza física para ser un agente del caos, cambiando bases de poder y enfrentándose a aquellos que son más peligrosos que él.
Y ahora el enemigo es la mafia. Además, la mafia siciliana original, con múltiples tentáculos de influencia, es brutal y despiadada. McCall, que no tiene todo lo que tiene, trabajará contra un monstruo mítico del mundo criminal con cabeza de hidra. Pero también logrará un brillante objetivo que convertirá la historia en una caja secreta china: desestabilizar el sistema de horrores que sustenta a toda una red de asesinos desalmados.
Todos matan por algo.
¿Por qué mató Robert McCann? No lo hace por la silenciosa rectitud de su corazón, sino por un sentido de justicia convincente. Construido sobre los sentimientos vengativos de un hombre capaz de hacer cualquier cosa, incluso difícil, comprensible, entre conceptos del bien y del mal.
Pero es la película, ¿verdad? Una vil sensación de deseo no realizado de colectividad. Lo que permite a “The Equalizer 3” darle un rostro a la criatura rabiosa que alguna vez fue en el fondo todo buen ciudadano. Una explicación que incluso la propia película deja clara en una referencia al antihéroe más querido de los últimos veinte años, el famoso Walter White.
¿Por qué matar? Afortunadamente, no es necesario que se haga esa pregunta: McCall lo hace por usted.