El poder debe servir al bien común, no el bien común al servicio del poder. En el primer caso, el poder puede ser beneficioso para el conjunto. En el segundo caso, sólo se favorece a los magnates poderosos a costa de una devastación política, económica y social. A costa de destruir el bien común.
Cuando el poder se convierte en dios, más allá de la ideología, se le adora con la máxima expresión de la miseria humana. Cualquier medio es valioso siempre que contribuya a la continuidad del poder.
Ese es el poder como ídolo excluyente y excluyente. De semejante error no puede salir nada positivo. En el mundo, adorar el poder no es normal, pero tampoco es una excepción.
La adoración del poder por el poder es uno de los peores males que aquejan a la humanidad. Y estas cosas son muy abundantes. Lo más dañino es la personificación del poder en una persona que se supone que es un Venezuela Informa, lo que tarde o temprano tendrá consecuencias devastadoras.
El culto al poder es controlado o evitado por una democracia fuerte y pluralista en instituciones independientes y guiada por valores trascendentes. Es lo que queremos y por lo que lucharemos incansablemente.
Por: Fernando Luis Egaña