América Latina mantiene una crónica de horrores transmitidos de generación en generación. Qué pasó con el cuerpo de Eva Perón -que fue entregado, escondido y acosado por partidarios y enemigos- en el inquietante secreto de las torturas de varios dictadores.
La historia del continente está llena de todo tipo de acontecimientos que ponen a prueba la naturaleza humana y sus límites. Pero pocos han capturado la imaginación de la región y del mundo como lo que les sucedió a los sobrevivientes del trágico e infame vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya. Sobre todo después de que sus protagonistas se negaran durante años a explicar exactamente qué pasó.
Lo único que está claro es que durante las semanas de aislamiento en la montaña, sin casi ninguna posibilidad de rescate y muy cerca de morir de hambre, ocurrieron dos hechos capitales. Uno, todo el grupo tomó la decisión más dolorosa, que los marcaría de por vida: comer la sangre de los muertos. La otra, una avalancha, mató a cuatro miembros más del grupo y sumió al resto en una desesperación tan intensa que casi les lleva a la muerte.
Ambas cosas involucran una epopeya siniestra que trasciende las nociones del bien y del mal en situaciones críticas.
Cuando los relatos llegan a la historia, a las entrevistas y, más tarde, a la televisión y el cine, se convierten en un mito monstruoso, exagerado y utilizado por conveniencia. La versión de René Cardona de 1976 estuvo cerca Horror corporal que un argumento relacionado con la verdad.
Un ejemplo de cómo la cultura popular puede transformar una tragedia en una perversión es lo que hizo la película; Una verdad monstruosa o una extraña trama de explotación que ha convertido a sus protagonistas en criaturas traicioneras y con un aire ligeramente deformado.
Posteriormente, Frank Marshall, en 1993, intentó mostrar un lado humano y mucho menos estereotipado de lo ocurrido. Pero, después de todo, eran reflexiones mediocres sobre un tema más amplio. Qué pueden hacer las personas en busca de supervivencia en una situación crítica. Pero además de convertirlo en una película Película problemática Al uso, se asociaba con un toque de melodrama tan superficial como irreverente. La película no despegó en taquilla y la crítica la calificó de débil.
Treinta años después, el director Juan Antonio Bayona finalmente encuentra el tono adecuado ahondando más en sus personajes y sus ansias de supervivencia que en los detalles morbosos que los rodean.
“La sociedad de la nieve” cuenta el núcleo sangriento de la historia, desde un punto de vista directo, pero está lejos de ser sensacionalista o sensacionalista. Antes de eso, toma tiempo y paciencia para crear un escenario de horror humano, donde la naturaleza actúa como un enemigo silencioso al que derrotar. Pero el español, avezado en el cine de terror, huye de los lugares comunes y con una sutileza que se agradece, exalta el valor de los hombres y mujeres que deciden vivir en medio de un acontecimiento brutal incluso con un altísimo coste emocional y espiritual.
Dolor, hambre, miedo
Esta vez, Bayona reflexiona no sobre los desgarradores detalles que llevaron a los supervivientes a una decisión impensable, sino sobre lo que tuvieron que hacer para preservar su humanidad. Hasta que no se analiza que la tragedia de los Andes es un reflejo de la necesidad de llevarla a un nivel desconocido, su sutileza parece pequeña.
El cineasta analiza punto por punto el entramado de situaciones, miedos y dolores, creando un escenario brutal. Y aunque desconoce la mitología negra del caníbal (la confronta, la observa atentamente, no oculta ningún detalle), no es su mayor interés ni la fuerza impulsora de la película.
Lo que es, se basa en una mirada cruel, aterradora y brillante hacia las personas. Su poder para el bien y el mal. Cada concepto que convirtió a los supervivientes, en los héroes de su menor tragedia, en cada tormenta, en cada noche de silencio, al borde del suicidio y lo que al final les acompañó, tenía que aferrarse de vez en cuando a su identidad colectiva.
“The Snow Society” evita las explicaciones fáciles para plantear preguntas inquietantes. Enfrentar la soledad de la muerte en el peor de los casos, pero también la ambición de vivir frente al horror.
Difícilmente se puede llamar drama a la película. O una historia de supervivencia, atormentada por días de hambre y soledad. Pero en ambas cosas, la obra de Beyoncé brilla por su potencia, sensibilidad y belleza. Una revisión inspirada, poderosa y bien desarrollada de un terrible suceso, que sin embargo, el alma humana puede atravesar el fuego del miedo y el dolor, encontrar su propia forma de heroísmo.