La historia latinoamericana está plagada de la oscura imagen de los dictadores. En medio de la mayoría, la discusión polémica es el crimen que cometieron y nunca obtendrán justicia. Pero, en particular, una sombra sobre la idea de venganza de Augusto Pinochet y la justicia que nunca llegó por sus terribles crímenes. Bajo su puño, floreció una red de sadismo institucionalizado, convirtiendo el aparato estatal en un mecanismo eficaz para la subversión y destrucción de la disidencia. El número de asesinatos cometidos para mantenerlo en el poder asciende a cientos de miles, la mayoría de ellos sin represalias legales.
Por eso resulta singular y hasta doloroso que la imagen de un hombre que fue directamente responsable de la muerte de víctimas que aún esperan ser reconocidas, llegue al cine como un monstruo de ficción. El gran peso del horror que lleva puede combinarse con la mitología vampírica para crear una criatura aún más repulsiva. “El Conde” de Pablo Larrán transpone el perenne concepto del mal (el pecado y la sangre derramada que lleva la narrativa íntima de su país) a una escena completamente diferente a la humana.. Como si sólo así se pudiera entender la crueldad y tiranía del dictador chileno. Una injusticia duradera transmitida de generación en generación.
Pinochet, transformado en vampiro en el largometrajeNo puede morir, pero tampoco quiere vivir. Entonces, después de destruir Chile, finge su muerte y se retira a un palacio para decidir el futuro que quiere. Una completa burla de la justicia (humana, divina y biológica) culmina en un destino en el que el dictador encuentra una manera de prosperar en la oscuridad. Con las manos manchadas de sangre, también posee una inmensa fortuna que lo sustenta en la otra vida, y su familia sostiene que la mera posibilidad de que el conde salte a las llamas o se convierta en cenizas.
Los chistes retorcidos de humor negro son obvios y Laren intenta describir la vida de esta cruel criatura en escenas breves de inquietante y evidente violencia.. Sin embargo, lo verdaderamente repugnante no es la historia del bebedor de sangre que aprendió a saborear la muerte en la Revolución Francesa y que llegó a Chile añorando la vida. Es cierto que la sensación predominante del triunfo del mal es el elemento predominante de la película. Especialmente porque se asocia con conceptos más aterradores y dolorosos, no sobre la entidad que describe, sino sobre el continente que la alberga.
América Latina, la cuna del vampiro
En 2020, el autor Michel Roche Rodríguez describió a Venezuela, un dictador salvaje y violento en su novela de vampiros “Malasangre”.A medio camino entre la ficción gótica y el Bildunsgromann, la trama cuenta cómo una joven hambrienta de muerte crece en una época en la que el poder era una voracidad diferente. Lo que convierte a la nación bajo la voluntad de Juan Vicente Gómez en un depredador de influencia casi sobrenatural. En la ficción de Roche, América Latina parecía el refugio ideal para criaturas antiguas, codiciosas y brutales. Más aún, aquellos que entienden que la sangre, la riqueza y la influencia son formas de inmortalidad.
Pablo de Santis intentó algo similar en 2010 con “Los Antiquarios”., donde transformó el fatalismo de nuestro continente en un vampiro afligido en medio de un Buenos Aires crepuscular. Además, describe a estas personas como sobrevivientes del miedo, el tiempo y el terror, como criaturas aisladas en castillos y palacios, en un amor imprudente y no correspondido y, en última instancia, en la ausencia de nombre y propósito, más allá de prosperar en las ruinas del mundo tal como lo conocían. él. Es hora de nacer.
Pero Lahren lleva el concepto a un lugar mucho más ambicioso, desgarrador y metafórico. El vampiro Pinochet aprendió a saborear la sangre en Francia, con cabezas cortadas rodeándolo y pasando su lengua por la hoja de la guillotina. Siglos en el futuro, intentará convertir su odio feroz hacia cualquier revolución u oposición en hegemonía. El cineasta, entonces, explora el monstruo real a través de uno ficticio. Esto lo lleva a descubrir nuevos conocimientos sobre la pesadilla de un ser antinatural, como Venezuela Informa de un movimiento que ha desgarrado a un país hasta la médula.
Chile cayó víctima de los brazos de Pinochet. Lo que hace que la película sea aún más brutal, a pesar de sus matices de humor negro y su cuidadoso uso de los símbolos. Pero es difícil reírse de imágenes eternas de verdades más mundanas. Pinochet murió en su cama, con miles de crímenes a sus espaldas que nunca serían llevados ante la justicia. Por eso su memoria sigue viva en las familias destrozadas, en el duelo de los muertos y desaparecidos, en el trauma de los perseguidos. La propuesta de Larraín es sólida y logra su propósito, pero demuestra algo más, casi casualmente. Décadas después, el terror y el miedo a la violencia siguen creciendo. Un vampiro es quizás la criatura más cruel de todas: está dispuesto a hacer pasar a los humanos por sus peores actos.