El mencionado juego no es muy complicado: se trata de demostrar que el poder establecido es una especie de democracia, y que la legitimidad política radica en participar en tal laberinto, y apuntando siempre al objetivo de gasto electoral.
No importa cómo se sepa que es una gran estafa. No importa si la gente acepta y declara que la hegemonía es una dictadura. No importa que la experiencia reafirme la maldad del juego una y otra vez. Ningún problema. Pero hay que jugarlo porque “esto es lo que es”.
Lo siento, pero no estoy de acuerdo. No es correcto suponer que las alternativas al juego de la tiranía y la caza son nihilistas. Rendirse, renunciar o verse obligado a emigrar.
No es correcto suponer que la lucha política se circunscribe al juego de la hegemonía ingeniosa. No es correcto decir que la gran mayoría de la población está condenada a pasar por el estrecho embudo de los intereses continuos.
Y mucho menos los que denunciamos todo esto no somos demócratas sino extremistas de razas ineludibles. La democracia no se logra, la democracia se desarrolla mucho menos bajo los auspicios de una autocracia corrupta capaz de seguir cometiendo cualquier atrocidad.
Parece lo contrario. Solo superando la autocracia, a través de amplias vías constitucionales, se puede abrir un proceso democrático. Y ojalá ese cambio no se logre jugando a la hegemonía.
Por: Fernando Luis Egaña